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Haciendo memoria, recuerdo muchos hechos a los que, en su momento di tanta importancia que acabaron por ser el fin y el principio de mis pensamientos. A veces, deslumbrada por el acontecer de la vida, hice santo y seña de verdades que hoy me parecen anécdotas y me pregunto por qué perdí tanto tiempo y tantos alientos en vivir tan atropelladamente cosas que carecían de importancia. Mas, entonces iba y venía entre tempestades y necesitaba encontrar solución a los miles de interrogantes que se me formulaban, a los millares de inconvenientes que se me ponían en el camino.
Anduve errática mucho tiempo, intentando comer el mundo en una bocanada y no miré la sencillez con la que mucha gente resolvía problemas reales. Reales ahora, como los veo ahora, desde la calma que da la madurez.
Claro, tuvo que pasar el tiempo y la propia madurez me obligó a asentar. Aun así, me queda la inquietud de no haber sido capaz de entender que las importancias son diferentes cada día, que las personas cambian, que yo cambio... Me queda el rescoldo de mi propia hoguera que, mucho me temo, no se va a apagar nunca.
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