Rota el alma, rota,
agujereado el cráneo
por un disparo de licor,
dibujaba meandros por los parachoques.
Sus pestañas testimoniales, perversas,
barrían odiosas aceras.
Espejos indeseables de lluvia
marcaban sus párpados
con variados colores de dolor
la noche que secuestró su corazón
una visita inesperada
que vestía de blanco.
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