Cundo yo muera permíteme ser un digno cadáver
no me sepultes ni me quemes antes de veinticuatro
horas, pues el espíritu no se desencarna tan pronto
y abandona el cuerpo cuando ya no hay más remedio.
Permite que mis ojos pierdan su natural humedad y
que en mis pulmones no quede un hálito de vida y no
sientan mis dedos el paso del tiempo ni el caminar
de una hormiga o el alfiler del ambiguo y frío viento.
Ya no toques mi frente pues te parecerá de hielo pero
recuerda la tibieza de mis manos en tus mejillas y en
el resto de tu cuerpo en esas noches de ensimismado
insomnio primaveral de nuestra lejana Luna de Miel.
Las neuronas estarán quietas y no producirán ideas,
el corazón sin latir ya no esculpirá sentimientos
pero en mis libros estarán para siempre escritos los
nudos vibradores del poeta y el resumen de mi vida.
Permíteme ser un digno cadáver, sin dolores y sin espinas,
quieto para siempre y así soñar contigo, con mis padres,
mis hijos y todos mis amores, para estar prendido al
infinito y hundido en la paz del universo parecer dormido.
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