Son hoy tus ojos grandes y oceánicos
la antorcha recia de mi amor profano.
Y tus dedos los pétalos sutiles
de la corola encendida de tus manos.
Inunda mi pasión enardecida
con las voces que tienen tus reclamos.
Saluda al huracán que da a la vida
la semblanza de todos los halagos.
Se inmola la ilusión de la esperanza
en la copa que siempre nos tomamos.
Y se inflaman las velas de tus naves
como emblemas supremos del letargo.
Acaricia el azul de mi holocausto
con la perla gentil de tu regazo.
Que sea la noche inquieta y estrellada
el incienso que ahora te regalo.
Bosqueja luego así con tus heridas
las veredas que juntos caminamos.
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