Yo soy de pocas palabras
cuando traigo el alma herida
y dedico mis cantares
a aquella mujer endina.
Si voy de vuelta o de ida
no soy menguado ni tibio
y le doy siempre a la vida
el canto que tiene alivio.
Mi valor es la templanza
mi moneda es el cariño
y exploro siempre el venero
de mi cantar infinito.
Yo viví entre los pobres,
entre el lodo y el carrizo
con agua fresca y salobre
bajo el sol tan encendido.
Conocí a las galanas
mujeres de mil caminos
y en sus casas yo comí
los manjares del destino.
Es mi tierra pan de trigo
de bonanza y señorío,
con calles de piedra laja
y un calor enardecido.
Tiene un parque muy hermoso
de sabores pueblerinos,
una iglesia de alto techo
con su altar de limpio piso.
En la fuente principal
de pretil de cal y canto
besé a mi primera novia
en los lindes del encanto.
En los portales bailé
con marimbas y matracas,
nunca las reglas violé
ni me salí de la trancas.
En mi pueblo hermoso tuve
una amiga casta y santa
y con ella me entretuve
de los pies a la garganta.
Las mujeres junto al río
eran flores del vergel
y en el albo caserío
un panal de rica miel.
Mi terruño fue el reflejo
de las noches cristalinas,
donde busca el zorro viejo
a las mujeres divinas.
Si me voy de este mi pueblo
a una zona muy lejana,
me llevo yo los afectos
que me brinda la esperanza
Una cosa sí les digo,
y lo digo con confianza:
quedó enterrado mi ombligo
en los surcos de labranza
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