Con destellos y luces opalinas
cuajó la tarde mis calladas cuitas
mientras tú deshojabas margaritas
arrancadas de atrás de tus retinas.
El rojo sol se serenó en sus brillos
matizando los montes y los valles,
cuando tú caminabas por las calles
sin rozar siquiera los ladrillos.
Flotabas en tu cadenciosa prisa
contoneando tu cintura regia
y dabas a tus piernas la presencia
de una majestad, y a tu sonrisa,
atractiva fruta de tu boca fresca,
la tibieza de tropical ventisca.
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