Una hora de una noche cualquiera.
inmóvil, solo,un caballo espera.
bañándose en el azul de la luna llena.
Algunas nubes recorren el cielo,
en busca de un lugar,
más digno de sus lágrimas.
En su lento y silencioso desfile
dan cobijo a la luna;
la ocultan, que nadie la vea llorar
la soledad de ese caballo,
la muerte de ese lugar.
El suelo es árido, cuarteado,
sin más vida que algunos secos matojos.
ningún árbol pudo aún fecundar,
esa tierra muerta.
Ninguna flor embriagó nuca esta llanura.
el caballo lo sabe,
nada realmente vivo,
puede sobrevivir este suelo.
Lo sabe pero sigue aquí,
quizás porque no conoce más que,
este suelo y esta luna,
porque ha aprendido a querer
a esta tierra seca, estéril, sedienta.
Mientras sigue allí, inmóvil, esperando.
A que una flor brote.
A que un árbol crezca.
A que una nube llore.
Y su espera tuvo recompensa,
Las nubes lloraron sobre el campo,
Reverdeció la madreselva,
Y el caballo gozó su primavera.
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