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André Cruchaga


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ELEGÍA PERSONAL

Mujer leyendo en una banca de madera por Jean-Baptiste-Camille Corot

ELEGÍA PERSONAL

por André Cruchaga




Yo conozco la guerra
Y ese rostro sin ojos y sin labios,
Esas ventanas muertas
Las conozco,...
Pablo Neruda.

Yo he visto en tierra tropical
La sangre arder.
Rubén Darío.

SIEMPRE SERA LA NOCHE.
Siempre será la noche,
El silencio, cómplice conmigo;
Exacta realidad al contacto de mis manos.
La substancia resquebrajada de mi carne
Descalza en las tormentas del silencio.

Estoy lleno del intenso maullido de la historia,
Del sentido harapiento que emana;
Hiriendo con sus vagones retorcidos
La luz informe del alma
Que ya avanzada en su noche,
Traga el humo espeso de la vida.

¡Ah, los sangrientos sudores de la vida,
lanzando ráfagas de bocas disfrazadas y enigmáticos insomnios!

Parece que la vida
―en su desenvoltura incesante―
sólo produce insoportablemente
Cortinas negras
Como esas que cuelgan
De las calaveras del infierno absoluto
Y del paroxismo dramático de la muerte
Que conduce a ese túnel sangrante de la tierra.

Sólo queda, entonces,
―entre la vida cotidiana
de lentas cenizas dolientes―
el silencio y la incertidumbre,
el minuto que adivina, enciende y apaga las esquirlas,
los intensos borbollones de la sangre
y los cirios de múltiples campanadas interiores.

DEBAJO DE MIS POROS.
Debajo de mis poros,
De la madera perdida
De mi cuerpo,
De mis libros cenicientos
―pero voluntariosamente existentes―
¿Quién me habla?

En la noche,
En el trasluz de las fotografías,
En los ruidos amarillos,
Sin memoria,
En el deseo insomne de la violencia,
En los momentos en que mi reloj queda vacío,
En los abismos en que naufrago,
En la cara de la noche esperando el milagro,
En mi red de cementerios,
Debajo de las ciudades,
¿Quién me habla?

¿Quién recoge la luz benigna de los mortales,
el borde jadeante de la espuma
o la piedra rutilante de la noche en que tropezamos,
asediados por la lucidez de las sombras?

El peso de la noche envuelta en poesía,
La poesía que anda descalza y herida,
El tren de la poesía envuelta en sombras
Para recibir
Un pedazo de luna
Y una mariposa de bálsamos.

MORIR ENTRE LAS PUPILAS DEL SUEÑO.
Morir entre las pupilas del sueño.
Morir de súbito en la memoria
O si se quiere
(como suele decirse)
en cuerpo y alma.
Morir y el hastío de la carne en vilo
Como un reposo mudo de manteles
Junto a la obstinada
Uniformidad del llanto;
Rodeado de flores y moscardones trasnochados,
Que, ―entre las horas
Sórdidas de la noche―
Se pudrirán silenciosamente
Igual que la carroña de la carne
Y los pensamientos.

Morir sin dejar conversaciones,
Apenas palabras sin huéspedes, vacías,
Inmóviles quizá, definitivamente.
Morir en los huesos de la angustia,
En las aceras nefastas de las estaciones
Frente a papeles de eternas pestañas,
En la tierra funeral del extravío
En el sagrado abismo de la epidermis.

Morir en el silencio completo de los vientos
Sin que nadie sepa
El hacia dónde finalmente.

Morir en el espejo vacío
De los fusilamientos, en el campo minado, en el bombardeo
Sin que nadie sangre los océanos
Y la dura cicatriz de los dormidos.

Morir en los hirientes brazos de la guerra
Olvidando la íntima esencia:
Las brasas del rescoldo humano
Como surtidores del enigma humano.
Y el húmedo sueño del orgasmo en las sienes.

LLUVIA NOCTURNA DE GRILLOS.
Tiempo y muerte son los grillos
Que en el silencio,
En las cáscaras secas del tiempo,
Emprenden su reparto
De flechas ciegas y monorrítmicas.
Su horror es largo y metálico
Como infinitos rieles líquidos
Destinados
Para desvencijadas locomotoras.
Sin embargo,
No me abato por la lluvia nocturna
De habituales semillas tétricas
Porque puede más la espejeante vigilia
Que los signos enmascarados
De los cuervos
Cotidianos de las sombras.
Por eso cuando las horas caen
Y los perros se obstinan
En sus inocentes fantasmas,
En su uniforme de guardianes,
Me levanto entre los muertos
A ocupar el volumen
Periódico de mis sueños,
Abandonados en las raídas
Impurezas del día.

AMANECER EN LOS ESRIALES MUERTOS.

Amanecer en los eriales muertos.
Amanecer en la tierra que agoniza,
En la fragua inclemente
De las húmedas devastaciones
Sin haber siquiera
Lluviosas nupcias de espigas
Que reflejen la memoria de los caminantes.
En cada hora germinan ciegas espinas:
Lumbres quebradas
Al galope de las flechas
Que mi mano trae
De las invernaciones de la noche.
Y es así que, acostumbrado al gemido,
A la tumba esculpiendo sus cadáveres
La extensión del horizonte
Tórnase vano desafío de espejismos.

Amanecer en los eriales muertos.

Amanecer siempre en el límite de la noche.
Amanecer y no llegar,
Perder la batalla ante la roca
O la telaraña de los símbolos.

Arrancar mis manos
De los torrentes arábigos;
Su extensión olida de veinticuatro semillas
Ardiendo en el firmamento
De los ríos
Que ebrios de trayectoria
Son el duro misterio del espacio.
De éste se desprenden
Chorros de pájaros descarnados
Aprendiendo el conjuro
De gargantas funestas,
Anidadas en la vegetación humana.

Esto es posible, tal vez,
Por el crepúsculo febril de mis sentidos
Que recibieron el espejeo
De la música sonámbula;
Oyeron los tropeles amarillos de las lenguas;
Captaron la negritud
De los caballos del crepúsculo
Y el tono eruptivo de volcanes.
Ha sabido mi voz andar entre los muertos,
Recoger las arrugas del vacío,
La voz de la fatiga
Que se oculta o emerge
De las sienes,
Hasta no ser, sino insólita hazaña
Del amanecer de la tierra que agoniza.

LENTA PROCESION DE VIA CRUCIS.
El día transcurre como una lenta
Procesión de vía crucis.
Desolados gritos y tenebrosas llagas
Trabajan el enigma
De los sepultureros:
De los espacios rotos
Que reciben la zozobra
Del aliento
Y los grafemas de descalzas cítaras.

El vuelo es fiero; el anhelo múltiple.
El dolor se traga los múltiples afanes
En los sordos fuegos
Que impetuosos
Devoran la esperma
Milagrosa del sueño.

Ninguna luz integra los retoños.
Nunca los sudarios han podido
―en su herencia y heridas espejeantes―
rodar en el invierno de las luciérnagas
y en el fulgor
derrochado de los astros.

La espesura de las ánforas
Transcurre
Con una lluvia de piedras infinitas
Que la muerte anda en sus malezas:

Es un himno de ungidas viscocidades,
El que emerge de la conciencia,
Del pie de los murales,
De los tatuajes de la historia
Que atragantan la hojarasca de los poros.

PESADO RESPLANDOR DEL MEDIODIA.
Es el mediodía
Con su pesado resplandor
De guerrero transparente
Hacinando los sudarios del follaje.
Sobre sus alas se retuercen las vidas
Sacudiendo sus crines indecibles;
Las gasas amarillas
Se anidan como pájaros
En la proa de polvorientas camisas
―que silenciosas en la piel―,
cargan la escarcha de las tribulaciones.
Los ríos de la vida
Llegan a este punto;
Pero el vuelo los encabrita
Con sus encajes indecisos
De movedizas criptas.

La sangre es una espiga amenazante,
La sangre es una sinagoga de cuchillas.
La muerte alza su vanidad
Desde las montañas o las guarniciones.
La muerte lanza susurros
Con suntuosa armazón de alamedas.
Y trasciende sedienta
En los torrentes de la savia
Con un frutecer líquido
De mudas y enigmáticas palabras.

El mediodía cae y se levanta
Con sus poderes infinitos
De sordas campanas sazonadas
En las fronteras oceánicas del Universo.

Este mediodía tiene el arraigo
Del tiempo del Principio,
El aliento sonámbulo de los alcoholes
Que las aves beben
En indecibles lámparas enmohecidas.

DIA Y NOCHE CABALGAN INDISOLUBLEMENTE.
Da y noche cabalgan indisolublemente
Como la muerte queriendo las vísceras,
Ungida de silencio y sordera.
¿Cómo decir que todas las cosas
están agobiadamente desandadas,
sacudiendo las cenizas derruidas?

Esto es sólo una interrogante
Tremendamente hueca y absurda.

Las cenizas y el hollín
Has estado desde siempre
Golpeando las pupilas
Desprendidas de los huesos,
De la simetría misteriosa de las sombras;
Mientras la arena del día
Con sus belfos funerales
Embalsama la posible certidumbre
De la niebla corroída de espectros.
¿Quién desató estos dos instantes
de una misma cara?

Desde tiempos venían sonando
Como utensilios,
En la clorofila
De su crepitar inaccesible.
Y eran en el fuego total,
Nutridos senos de amamantados poros:
Hogueras inclementes de cortejos
En una ciénaga nupcial de archipiélagos.

Ahora el hombre carga
Su pasmosa vida
De severas babas estridentes
Como un atuendo
De aluviones desencadenados.

OTRA VEZ ANTE LOS DOBLEGADOS MIEMBROS.
Otra vez ante los doblegados miembros,
Ardidos al llegar la hora final
De la fosforescente piel
Que vocifera
En las murallas de los párpados,
En la orilla
De los óvulos y espermas martiriales.
De su cortejo
Descienden bodas muertas,
Arcángeles con figura de pájaros
Que fructifican
En los búhos de la muerte,
En los altos nidos de la bruma desgarrada.

Cantan en la noche los grillos
Rasgando el misterio
De una guitarra desparramada
En la caducidad de desalmados mármoles.
Sólo las cortinas de mis libros
―ahora cama de tibias frazadas―
me acompañan
con la lluvia de sus abedules,
con la dulcedumbre
de sus infinitas lámparas.

Por el aire de medianoche
Las almas pasan inadvertidas,
Como flores sin olor:
Van sin el color natural de la policromía;
La penumbra seca
Ríe con sarcasmo
En las palomas descalzas de la muerte.

No digo miedo a esta porcelana
Engusanada de temblorosas ráfagas
Sino simplemente
Que la luz cayó en el cuenco de los ataúdes,
En el exasperado anillo de las candelas.
No digo miedo a na tiniebla de los lirios,
Sino simplemente
Que la noche es hacinada
Por difuntos, por agónicas cebollas
Y por almirantes de fuegos enterrados.

ENTRE LA CALMA Y EL OCEANO DE LOS UMBRALES.
Estoy entre la calma
Y el océano de los umbrales.
Este camino de oscuros pantanos
Trae garfios
En la vertiente de sus poros
Dejando descarnada
La lluvia de los sueños,
La piel adscrita de los condenados.

Bajo la cal de este acogedor responso
La sacra luz de los huesos
Sirve de arquitectura
Para la trabajosa
Filosofía de los cipreses;
La fuerza de la vida
Unge el agua de estos dolores
Hasta que muerte y latidos
Derrumban
Los gusanos infectos de las entrañas.
Así he ido madurando
La muerte en estos versos
Saliendo con alborada de senos
Para entrar en el cuenco
De los charcos, de la miel, del veneno
En el íntimo secreto
De aves migratorias
Que andan en el fuego de los calendarios,
En los sin nombres
Transparentes del instinto.

PALABRAS DEL AUTOR
En este poemario he recogido una serie de poemas escritos convulsiva y compulsivamente durante dos días del año 1989; todos ellos, tienen que ver con la desazón que producen las devastadoras guerras y los conflictos sociales que se interiorizan a fuerza de vivirlas o vivirlos: la realidad histórica con todas sus fantasías posibles y, a veces, inimaginables.

Esta realidad que se plantea en el libro, ―ante todo la realidad política salvadoreña de los últimos tiempos―, ha incidido tanto y estigmatizado a la sociedad, en especial al artista, cualesquiera sea su filiación política e ideológica. A través de la palabra y, la opción por la misma, se va desencadenando la reflexión, el sentir del poeta. Lo hago deshilvanando los hilos de la memoria, y los signos patéticos del tiempo para edificar una roca: la palabra escrita que por su naturaleza se torna en una vasija de llamas intemporales.

Basten, entonces, estas mínimas disquisiciones para decir que la poesía presupone toda una cosmovisión que el poeta no puede soslayar. Sería negar la sustancia primera de la poesía y la unidad vida/pensamiento del poeta. De esta forma éste realiza “esa comunión con un mundo total”: la vida humana con sus verdes campos o sus desgarradas aberturas de ceniza.



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